sábado, septiembre 15, 2012


Clara está nerviosa, Julio, su novio, vendrá esta tarde a pedir su mano.
Se cambia el vestido.
Se aplica colonia cuidadosamente sobre la parte alta del tejido, para que no se derrame el perfume y para que no se estropee la ropa.

Gertrudis ha terminado los preparativos.
Como da tiempo se irán a dar una vuelta por el vecindario; ya de paso verán como va el asunto de la mudanza de al lado.
Hace canícula.

Los zapatos se le han empolvado y el calor le cala la camisa y la chaqueta.
Sobre los hombros una bufanda de seda, fruncida.

-Las tardes en las afueras son más frescas que en la ciudad- le había recordado su anciana madre.

En una mano el sombrero, en la otra un ramo de claveles rojos y el anillo en el bolsillo de la chaqueta.
Acercándose a la casa, Julio ve un carromato de mudanzas vacío tirado por cuatro caballos que corre a medio galope. En medio del camino, entre la doble hilera de árboles todavía quedan restos de muebles y bultos que poco a poco introducen en la finca recién ocupada.


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